jueves, diciembre 14, 2006

La muerte de Pinochet y las fallas de una transición no completa

El domingo 10, a las 14 horas chilenas, una sutura social, hecha a base de consumo, se abrió y dejó salir bastante purulencia, putrefacción de todo tipo, desde todos lados.
Chile se mostró para el mundo, dividido. El país modelo de Latinoamérica mostraba que, más allá de su imagen de crecimiento y orden, por dentro, en sus intestinos, aún hay cosas que lo dañan, lo dividen.
La muerte de Augusto Pinochet Ugarte -el dictador para algunos, el salvador para otros- más que implicar o marcar definitivamente el fin de una época en la historia chilena, expuso lo contrario. Demostró que la transición, esa sutura, es débil y está infectada por viejos antagonismos, que siguen marcando la vida política y social chilena. Rivalidades de clase, ideológicas, pero que son ahora esencialmente transversales a todos los grupos sociales de la sociedad chilena.
Transversales, porque en ambos lados, podíamos ver gente pudiente y no pudiente, personas que nacieron después de la dictadura o el régimen, y también niños. La división se ha hecho transtemporal y transgeneracional.
Las instituciones se mostraron invadidas por la división, que el velo de la transición y el crecimiento económico -que con el crédito pretende mostrarnos a todos unidos en una sola línea- sólo cubren levemente.
Afloraron en horas aquellas viejas divisiones. Por un lado el gobierno, por otro el ejército, y al medio el pueblo, la ciudadanía.
¿Terminó la transición? No, al parecer no, porque las divisiones no son sólo ideológicas.
Tienen una raíz social y económica profunda, que se arrastra por años, que por las condiciones que hoy vive Chile, se tornan difusas, complejas, y difíciles de apreciar. Estas divisiones, van más allá de los actores políticos, vivos y fallecidos. Más allá del mismo Allende y el mismo Pinochet, que son sólo personificaciones y objetivaciones de una división social recóndita, entre excluidos y dominadores.
Lo que se apreció el domingo 10 de diciembre y los días subsiguientes, es que la transición a la democracia, y la “democracia”, no han logrado saldar diversas cuentas con la ciudadanía. No sólo judiciales, también sociales, económicas y políticas, que se ven canalizadas y expresadas en el ser pinochet o antipinochet.
Podríamos pensar que en base a eso, la gente se manifiesta a favor o en contra del modelo constitucional, social, político y económico impuesto desde 1973, no sólo por Pinochet, sino por quienes realmente fueron los ideólogos de esto, en base a su nivel de “éxito” o “fracaso” en la sociedad actual.
Entonces vemos, que la noción inclusión-exclusión vuelve a operar, porque lo que vimos el día domingo, no es sólo el apoyo o el rechazo a un hombre, también vimos el apoyo o el rechazo a un modelo de sociedad existente, que es la base de la actual división en la sociedad chilena, en excluidos e incluidos, en productivos e improductivos, en buenos consumidores y malos consumidores.
Sin embargo, debido a la transversalidad, transtemporalidad y transgeneracionalidad que han alcanzado las posiciones, vemos que hay ambigüedad en torno a muchas perspectivas actuales, pues el modelo criticado también ha sido fortalecido por muchos de los que se manifestaron en contra del hombre que dirigió su imposición desde 1973, y también muchos de los excluidos por el sistema de Pinochet, lo despidieron como su héroe.
Por esto, quizás la falla más grave de la transición y de la democracia misma, es habernos hecho caer en una profunda ambigüedad de posiciones, donde por un lado se fortalece un modelo, y por otro se desprecia a quién lo impuso, haciéndonos perder la perspectiva de lo que realmente necesitamos como sociedad.
La falla más grave de la Transición, es que no nos ha permitido desligarnos del pinochetismo y al antipinochetismo, que parece que todos llevarán inserto en la cabeza, y que aparece de forma abrupta en muchas ocasiones, impidiéndonos ver y avanzar hacia otras cosas –otros issues como la distribución de la riqueza o la profundización de la democracia- que son más esenciales para cada chileno.

miércoles, diciembre 06, 2006

Cambio institucional y proceso de transición. Lo que los cubanos deben considerar

Cuando se habla de un cambio de régimen, de querer propiciarlo o evitarlo, se debe tener claro que dicho proceso, implica no sólo un cambio en los actores visibles en el poder, sino también de toda la estructura que los sustenta en éste.
Cuando se produce un cambio profundo en una sociedad, lo que cambia no son sólo los organismos –entendidos como grupos de individuos vinculados por alguna identidad común con respecto a ciertos objetivos, ya sean partidos políticos, grupos empresariales o religiosos, étnicos o sociales- sino también, se supone, se transforman las instituciones, entendidas éstas como las reglas del juego en que dichos actores, los organismos, funcionan en la sociedad.
Cuando se tiene la noción de que ocurrirá un cambio en la sociedad, ya sea una revolución, una transición o una crisis, se debe tener claro que son las instituciones, con sus limitaciones tanto formales como informales, las que siempre reducen la incertidumbre en nuestra vida diaria, facilitando y definiendo el conjunto de opciones a elegir, y que por lo tanto descomponerlas en su totalidad sería un llamado al caos.
En este sentido, cada actor del proceso de cambio debe conocer dichas instituciones, pero más importante aún, debe conocer sus propios objetivos con respecto a dichas instituciones y las mejores opciones para lograr cambios dentro de ese marco.
En el caso de Cuba, este imperativo es de suma importancia para la actual situación que vive y vivirá la isla.
Todos los actores eventualmente involucrados en el futuro de Cuba, deberán tener claro el marco institucional en el que posiblemente se desarrolle el proceso de cambios –no sabemos hacia donde- y también cuáles serán sus objetivos y opciones dentro de ese proceso.
A partir de la Revolución Cubana, una serie de organismos nuevos se fueron generando al interior del nuevo régimen, pero también una nueva institucionalidad, que muchos cubanos, exiliados y auto exiliados, quizás desconocen. Lo mismo ocurre a la inversa mirando desde la isla.
Cuando Raúl Castro planteó la idea de sentarse a negociar con Estados Unidos, estaba dando una señal de que el régimen cubano está tomando conocimiento del nuevo contexto y de la nueva institucionalidad que se podría generar en torno a la situación cubana (rechazo al bloqueo, apoyó a un proceso de cambio sin intervención estadounidense, mayores libertades, etc.) En este sentido, dicha posición estaría bajando los costos de negociación en un eventual proceso de transición en Cuba, pues Raúl Castro estaría generando una institución informal que hace mucho no establecía el régimen con los Estados Unidos, el diálogo.
Es importante tener claro que una institución informal, en las relaciones entre los cubanos de Miami y los de la isla, era el no diálogo. Ninguna de las partes daba su brazo a torcer manteniendo las posiciones rígidas y elevando los costos de negociación a niveles donde era imposible hacer valer los acuerdos. Sabemos que en la política, medir y hacer valer los acuerdos es mucho más complejo, por lo tanto, facilitar la negociación dentro de un nuevo marco institucional es clave. El caso del niño Elián fue un ejemplo claro del alto costo de la negociación, pues sabemos que las asimetrías de información definen los costos de negociación.
Hoy Cuba se apronta a vivir nuevos procesos de cambio, y por lo tanto, debemos tener claro que cada actor que se involucre deber conocer las reglas del juego en que esto se producirá, pero también deben saber qué institucionalidad van a querer para Cuba, y las formas en que se establecerán los acuerdos, y lo más importante, las formas en qué harán que estos sean respetados.
Quizás sería bueno pensar que Cuba, a pesar de la Revolución hecha hace mucha ya, aún no ha cambiado su estructura institucional que viene desde tiempos de la Colonia, y que se mantuvo con Batista, y con Fidel.
Quizás cada cubano debería mirar bien hacia atrás y pensar que todo parte desde ahí y que desde ahí debe provenir el cambio total. Es decir, no basta con cambiar los organismos, ni los nombres, ni los seres humanos, hay que cambiar nuestras mentes.