Dos filósofos contractualistas, del Estado, como Thomas Hobbes y Jean-Jacques Rousseau plantean visiones disímiles con respecto al estado previo en que se desarrollaban los seres humanos antes de establecer sus sociedades bajo preceptos contractuales, es decir estableciendo normas y una autoridad común. Ambos se preguntan cómo sería la situación del ser humano si no existiera la autoridad y las normas –estado natural- y elaboran dos visiones que en principio se diferencian, pero que convergen finalmente.
Veamos que plantea cada uno, para posteriormente, hacer un breve análisis:
- Hobbes planteó que el estado de naturaleza era una amenaza para el ser humano, una fase de guerra de todos contra todos, donde nada está prohibido y todos tienen derecho a todo. Esta afirmación la construye a partir de una hipótesis lógica que considera el cómo somos y actuamos.
En el estado natural hobbesiano, nada es justo o injusto, por lo tanto, hay una constante disposición al uso de la fuerza, y por lo tanto, a la guerra, que según Hobbes se origina por la competencia, la desconfianza y la gloria.
El contrato social que da origen al Leviatán, se origina a partir de la razón y de tres pasiones –el temor a la muerte, la apetencia de bienes para una buena vida y la esperanza de obtener esos bienes por medio del trabajo- y se fundamenta en la necesidad de paz (1º ley de Hobbes) para satisfacer dichas pasiones. A partir de la primera ley, surge la segunda, que plantea renunciar al derecho a todo y ratifica el surgimiento de un contrato social que establezca normas y una autoridad determinada.
- Rousseau por otro lado, planteaba que el Estado, el contrato, eventualmente surgido a partir de la 2º ley de Hobbes estaba mal hecho, porque éste había quitado la libertad de los hombres, porque los hombres deben ser igualmente libres.
Es decir, en el estado natural los hombres eran libres y absolutamente iguales en cuanto al derecho a todo. La diferencia con Hobbes, es que Rousseau considera que en este estado, los seres humanos convivían en forma armónica, accedían a todo y eran libres.
Para recuperar la libertad perdida, que existía en el estado de naturaleza, plantea la enajenación total de todos los derechos para hacer iguales a todos.
La nueva libertad consistiría en obedecer todas las leyes y soportar el yugo de la felicidad.
Sin embargo, quienes estén contra la voluntad general, deben ser obligados a ser libres, pues al igual que Hobbes, Rousseau considera que la voluntad general no es de todo el pueblo en su totalidad.
El dilema entonces es ¿Cuál era la verdadera situación durante el estado de naturaleza previo al contrato?
Si hacemos un ejercicio de abstracción, podríamos decir que el contrato en sí genera un estado de guerra constante entre los seres humanos, no sólo al establecer un nuevo carácter de la propiedad, sino también al delimitar el acceso a determinados bienes naturalmente comunes, estableciendo determinadas distinciones y nociones de igualdad y libertad que son en realidad desiguales.
Por otro lado, el ideal de soberanía del pueblo que supuestamente se establecería a través del contrato, en realidad contribuye a la concentración del poder y al fin de la libertad. Contradictoriamente, la igualdad ante la ley y establecida por el contrato va quedando definida más por el control de la propiedad que rige en el contrato, que por la igualdad en sí de los contratantes.
La libertad se ve coartada, pues los individuos se ven obligados a ser libres dentro de los parámetros que establece el nuevo contrato