sábado, marzo 25, 2006

Dos visiones del Estado natural, entre Hobbes y Rousseau

¿Cómo era el ser humano antes de que existieran las estructuras que conforman la autoridad y las normas? Más bien, ¿Cómo era el ser humano en su estado de naturaleza absoluto?
Dos filósofos contractualistas, del Estado, como Thomas Hobbes y Jean-Jacques Rousseau plantean visiones disímiles con respecto al estado previo en que se desarrollaban los seres humanos antes de establecer sus sociedades bajo preceptos contractuales, es decir estableciendo normas y una autoridad común. Ambos se preguntan cómo sería la situación del ser humano si no existiera la autoridad y las normas –estado natural- y elaboran dos visiones que en principio se diferencian, pero que convergen finalmente.
Veamos que plantea cada uno, para posteriormente, hacer un breve análisis:
- Hobbes planteó que el estado de naturaleza era una amenaza para el ser humano, una fase de guerra de todos contra todos, donde nada está prohibido y todos tienen derecho a todo. Esta afirmación la construye a partir de una hipótesis lógica que considera el cómo somos y actuamos.
En el estado natural hobbesiano, nada es justo o injusto, por lo tanto, hay una constante disposición al uso de la fuerza, y por lo tanto, a la guerra, que según Hobbes se origina por la competencia, la desconfianza y la gloria.
El contrato social que da origen al Leviatán, se origina a partir de la razón y de tres pasiones –el temor a la muerte, la apetencia de bienes para una buena vida y la esperanza de obtener esos bienes por medio del trabajo- y se fundamenta en la necesidad de paz (1º ley de Hobbes) para satisfacer dichas pasiones. A partir de la primera ley, surge la segunda, que plantea renunciar al derecho a todo y ratifica el surgimiento de un contrato social que establezca normas y una autoridad determinada.
- Rousseau por otro lado, planteaba que el Estado, el contrato, eventualmente surgido a partir de la 2º ley de Hobbes estaba mal hecho, porque éste había quitado la libertad de los hombres, porque los hombres deben ser igualmente libres.
Es decir, en el estado natural los hombres eran libres y absolutamente iguales en cuanto al derecho a todo. La diferencia con Hobbes, es que Rousseau considera que en este estado, los seres humanos convivían en forma armónica, accedían a todo y eran libres.
Para recuperar la libertad perdida, que existía en el estado de naturaleza, plantea la enajenación total de todos los derechos para hacer iguales a todos.
La nueva libertad consistiría en obedecer todas las leyes y soportar el yugo de la felicidad.
Sin embargo, quienes estén contra la voluntad general, deben ser obligados a ser libres, pues al igual que Hobbes, Rousseau considera que la voluntad general no es de todo el pueblo en su totalidad.

El dilema entonces es ¿Cuál era la verdadera situación durante el estado de naturaleza previo al contrato?
Si hacemos un ejercicio de abstracción, podríamos decir que el contrato en sí genera un estado de guerra constante entre los seres humanos, no sólo al establecer un nuevo carácter de la propiedad, sino también al delimitar el acceso a determinados bienes naturalmente comunes, estableciendo determinadas distinciones y nociones de igualdad y libertad que son en realidad desiguales.
Por otro lado, el ideal de soberanía del pueblo que supuestamente se establecería a través del contrato, en realidad contribuye a la concentración del poder y al fin de la libertad. Contradictoriamente, la igualdad ante la ley y establecida por el contrato va quedando definida más por el control de la propiedad que rige en el contrato, que por la igualdad en sí de los contratantes.
La libertad se ve coartada, pues los individuos se ven obligados a ser libres dentro de los parámetros que establece el nuevo contrato
Artículo publicado en http://justicia.bitacoras.com/

jueves, marzo 23, 2006

Dignidad arrebatada. El trabajo en el siglo XXI

¿Han pensando cuáles son las condiciones de trabajo en los inicios del siglo XXI? Que se supone un siglo mucho más avanzado en términos de respeto a los derechos ¿Cómo se ha iniciado realmente este siglo en términos de respeto a la dignidad humana?
El siglo XXI no dista mucho del siglo XVIII o XIX en cuanto al abuso y la explotación de las personas, si consideramos que en el mundo unos 13 millones de personas aún viven en situaciones similares a la esclavitud, según la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) de las Naciones Unidas.
Por ejemplo, en muchos países subdesarrollados, pero contradictoriamente industrializados, muchas personas realizan jornadas laborales extensas, que exceden lo legal y lo humano, reciben miserias como sueldo y además son obligados a comprar sus productos de primera necesidad a precios exorbitantes, en tiendas de la misma empresa en la que trabajan. Muchas veces incluso, sus sueldos son esos artículos de primera necesidad, quizás unos zapatos, una gorra.
Si alguien pensó que la historia de Oliver Twist había pasado a ser parte del pasado y casi una ficción, se equivoca, pues el empleo masivo de niños y de niñas como trabajadores domésticos es una de las formas de explotación más ocultas, y los pone en riesgo de sufrir del abuso sexual, la explotación y el tráfico de personas. Además, por su condición, no terminan su educación, excluyéndolos del acceso a servicios comunitarios y a oportunidades de recreación.
¿Por qué siguen produciéndose este tipo de situaciones a nivel mundial?
La respuesta tiene varios factores involucrados, pero esencialmente tienen relación con la concentración desmedida del capital, ahora transnacionalizado, y el debilitamiento progresivo de la capacidad de los Estados para regular sus economías, evitar las especulaciones financieras y la fuga de capitales.
Por otro lado, la creciente fragmentación y desviación hacia lógicas mercantiles de esferas tradicionalmente no comerciales de la actividad humana, como las áreas relacionadas a unidades comunitarias y la familia, contribuyen a fortalecer éste tipo de abusos.
Si consideramos que, según William Robinson en Nueve Tesis de nuestra época, "unas 400 corporaciones transnacionales son dueñas de dos tercios de los activos fijos y controlan el 70 por ciento del comercio mundial", la situación de concentración del capital es clara e indiscutible. Es decir, la economía mundial está controlada por un grupo reducido de propietarios, que influyen y controlan el capital de las principales potencias y las organizaciones internacionales, influyendo fuertemente en las naciones en desarrollo.
"El capital transnacional, organizado desde el punto de vista institucional en corporaciones globales y en agencias de planificación económica y foros políticos supranacionales como el Fondo Monetario Internacional la Comisión Trilateral y el G-7, y controlado por una elite transnacional con conciencia de clase radicada en los centros del capitalismo mundial." (William Robinson, en Nueve Tesis de nuestra época).
Estas instituciones influyen en los gobiernos de las naciones subdesarrolladas, presionándolos a desrregular las economías, para facilitar el ingreso del capital y la producción transnacional*, lo que implica la proliferación de sueldos paupérrimos y el aumento de la flexibilización de los contratos, convirtiendo a todos los trabajadores, de todas las áreas, en trabajadores part-time, ultraflexibles, ultradespedibles y ultradesechables.
En términos políticos, las "democracias" se han convertido en "un sistema en el cual un pequeño grupo realmente gobierna, en nombre del capital, y la participación de la mayoría en la toma de decisiones se limita a elegir entre las élites rivales en competencia en procesos electorales fuertemente controlados." (William Robinson, en Nueve Tesis de nuestra época).
Es decir, se establece un control simbólico, donde se sedimenta un discurso despolitizador, alienante, que deja en manos de determinadas elites, la toma de decisiones, a través de un discurso que se muestra como consensuado y unificador.
Esto se produce simultáneamente en todos los países, haciendo que "un 20 por ciento de la humanidad tiene cada vez más ingresos disponibles, lo cual es simultáneo a la contracción del consumo por parte del 80 por ciento restante." (William Robinson, Nueve Tesis de nuestra época).
Entonces, nos estamos acostumbrando a que los sueldos sean de hambre, y que simultáneamente se nos diga que hay menos gente fuera de la pobreza. Claro, a veces los rangos establecen que alguien que gana 80 mil pesos esta sobre la línea de la pobreza extrema, pero ¿Qué puede hacer una persona con 80 mil pesos en el mes? Piensen.

domingo, marzo 19, 2006

La Despolitización, primera parte

Democracia moderna, sin participación y sin soberanía popular
La despolitización del espectro social, y la disminución del interés en los asuntos públicos y sociales, no es un simple comentario de quienes buscan desarrollar democracias reales, amplias y efectivas, sino que el reflejo de un problema que se viene desarrollando desde principios y mediados de los 90, cuando junto con la caída del muro y los socialismos reales, se produjo la obnubilación acerca de búsqueda de un gran proyecto de sociedad que busque una vida mejor y más llevadera para todos.
La idea conjunta de democracia y mercado se mostró como la única unión viable para el desarrollo de los Estados y las sociedades, más por un efecto de esas caídas, que por los resultados exitosos de esa unión. Esta conjunción entre democracia y mercado, que en Europa se venía desarrollando bajo el alero de las socialdemocracias, se convirtió en el ideal de gobierno para muchos políticos, y en Latinoamérica ejerció una fuerte influencia sobre todo en los de centro-izquierda que volvían al poder y a la "democracia" luego de años de regímenes militares.
El supuesto equilibrio ha ido dando paso a una absorción del término democracia, y por lo tanto, a una ampliación del concepto de mercado libre, como única forma y modelo de sociedad. Esto, ha generado la supremacía de la ética de resultados por sobre la ética de principios, y por lo tanto, la supremacía del mercadeo en los asuntos públicos, con el adormecimiento de una importante masa de ciudadanos, que por educación o nivel socio-económico no tienen la capacidad de influencia ni participación en la toma de decisiones, las cuales ahora quedan bajo el interés de grupos políticos y económicos corporativistas.
La sociedad chilena regida actualmente por el mercado, más que por conceptos o procedimientos directamente ligados con la democracia, se caracteriza por “una creciente desconfianza hacia los partidos políticos y un alto desinterés por la participación en ellos”(1).
Esa omnipotencia del mercado, ha ido replanteando la concepción del ciudadano como ser social, y ha derivado paulatinamente en su desplazamiento hacia la concepción de consumidor, abstraído de lo colectivo y centrado en sus necesidades más inmediatas y superfluas.
Tras una fachada de libertades extremas, consumo igualitario, el mercado exalta y registra las diferencias económicas, prioriza entre unos ciudadanos y otros, y simultáneamente produce una “ideología” apolítica, una política de despolitización, como lo expresará claramente Bourdieu, “Está política aspira a otorgar un dominio fatal a las fuerzas económicas al liberarlas de todo control; tiene como meta obtener la sumisión de los gobiernos y de los ciudadanos a las fuerzas económicas y sociales "liberadas" de esta forma” (2).
Así, “la razón mercantil desplaza a la democracia y su propia razón como rectora de los asuntos públicos” (3), como lo expresa Jorge Arrate, y entonces el mercado se posiciona como el espacio central de las disputas políticas, el sitio desde donde se deciden todas las demás cosas sociales, y entonces el determinismo económico marxista se hace válido sin contrapeso para un análisis.
La mejor forma de administración del Estado, dentro del régimen de la economía desrregulada, se convierte en el punto clave de las propuestas políticas, sin mayores miramientos a las falencias estructurales y desigualdades distributivas del sistema imperante.
“Se quiere que este sea el espacio de la política, excluyendo a quienes no se circunscriben a él, por utopistas, milenaristas, maximalistas o promotores de imposibles, o cualquier otra calificación con intención peyorativa” (4).
En este sentido, los medios de comunicación se han convertido en pilares esenciales de ésta noción reduccionista, excluyente y despolitizadora, pues son el instrumento clave para establecer una dominación simbólica que justifique y tienda a mostrar como normal la concentración del capital en todo campo social. Así, el ciudadano transforma sus propias nociones como ser social y político y deriva en una abstracción en cuanto a toda manifestación colectiva.
“La modernización y crecimiento económico no han sido homogéneos, y un gran porcentaje de la población que vive en condiciones de pobreza se debate entre el acceso a satisfactores básicos y altas expectativas de consumo que el funcionamiento del modelo promueve.” (5).
Es decir, el individuo se hace incapaz de moldear un razonamiento crítico con respecto a su entorno, y sólo se limita a satisfacer las necesidades creadas mediante el control simbólico.
Así se pierde la capacidad de toda articulación acerca de un proyecto histórico político amplio, y entonces la política se reduce a un mero trámite, el voto.
Entonces, la democracia y la política se ven desgastadas y socavadas, perdiendo legitimidad en cuanto a la representación.
*Segunda parte: La necesidad de reestructurar el discurso y rearticular lo político.

Citas
(1) Claudio Fuentes S. en Chile un país diferente.
(2) Pierre Bourdieu, Contra la Política de Despolitización: los objetivos del Movimiento Social Europeo.
(3)Jorge Arrate, Aproximaciones a un proyecto de izquierda al comenzar un nuevo siglo, en entrevista.
(4)Jorge Arrate, Aproximaciones a un proyecto de izquierda al comenzar un nuevo siglo, en entrevista.
(5) Gabriela Fernández,
Notas sobre la participación política de los jóvenes chilenos, en
La participación social y política de los jóvenes en el horizonte del nuevo siglo. www.clacso.org

También visitar: http://farosdelmundo.blogspot.com/

viernes, marzo 10, 2006

11 de marzo, a 16 años del retorno a la democracia...

Uno de los temas centrales con respecto a la democracia después de los autoritarismos en Latinoamérica tiene relación con los modos de profundización de ésta, sobre todo en cuanto a la necesidad de rearticular y reactivar los movimientos sociales.
Como explica Manuel Antonio Garretón, con respecto al afianzamiento de la democracia en Latinoamérica, “las tareas relacionadas con el proceso de consolidación privilegiaron, al comienzo, las necesidades y requerimientos del ajuste y estabilidad económicos desincentivando la acción colectiva que se pensaba ponía en riesgo tales procesos.” Es decir, la primera fase del proceso de democratización, produjo un efecto contradictorio que, abría los canales de participación, llamando a elecciones populares y simultáneamente trataba de frenar todo tipo de movilizaciones populares, dejando a los movimientos sociales sin un principio central de proyección, lo que derivó en la instauración de democracias incompletas. Estás mantienen o mantuvieron enclaves de carácter autoritario, ya sea de orden simbólico, institucional, actoral o cultural.
Peor aún, la superación de la pobreza y la exclusión son temas no resueltos, que ante la ciudadanía, la democracia parece no resolver, a lo que se suma “el debilitamiento de las instituciones clásicas que sirvieron para expresarla: los derechos civiles frente a la inseguridad de las ciudades, los derechos políticos frente a los poderes fácticos, los derechos económicos sociales frente al desempleo, las fuerzas de mercado o el debilitamiento de la organización sindical”, como explica Garretón.
Una vez superada la etapa de transición a la democracia, ha quedado una especie de vacío en cuanto al fomento y creación de un proyecto histórico para cada país latinoamericano, y surge la pregunta ¿Y ahora qué? con respecto no sólo al rol de los propios movimientos sociales, sino también a cómo desarrollar de mejor forma la democracia que tanto se anhelo.

sábado, marzo 04, 2006

Un grupo de hombres bien decididos puede cambiar la Historia...me pregunto

"Un grupo de hombres bien equipados y decididos puede iniciar el foco de una revolución..."
Hablar hoy de revolución, de la tesis del foco o de Che Guevara genera bastante indiferencia, por diversas razones: Las dos primeras exigen algo de conocimiento; por una visión ideológica contraria, por una posición pacifista. Las dos últimas se originan en el desconocimiento, la ignorancia sobre el tema y la más nefasta de las posiciones, no tenerla.
Si hoy dijéramos, "un grupo de hombres bien equipados y decididos puede iniciar el foco de una revolución..." nos tacharían de locos, milenaristas, utópicos. ¿Por qué?
¿Entendemos realmente el sentido de la frase?
La tesis del foco de Regis Debray planteaba claramente reemplazar el régimen capitalista por la vía insurreccional, que debía desarrollarse esencialmente en el ámbito rural, a través del desarrollo de múltiples y simultáneos focos revolucionarios que debiliten el aparato militar del Estado.
Originada a partir de las observaciones que hizo el francés en los primeros años de la Revolución Cubana, las tesis foquistas -que toman aspectos del guevarismo, que está muy influenciado por el maoísmo chino- centran la base de la lucha insurreccional en el campo, sin considerar la movilización mayoritaria de masas urbanas y resaltando la importancia de una vanguardia revolucionaria pequeño burguesa, ese grupo de hombres.
Pero la tesis del foco es una variante teórica de lo que Mao concibió como la Guerra de Guerrillas. Mao formó un ejército revolucionario de proporciones, Castro y sus hombres eran sólo algunos cientos.
Pero Hoy ¿Es posible cumplir dicha tesis?
Más allá de lo ocurrido en Cuba, los hechos han demostrado que no o por lo menos, que es difícil.
Se debe considerar que la situación del ejército de Fulgencio Batista era paupérrima. Desorganizado, sin respeto de jerarquías, indisciplinado y corrupto, fue presa fácil de los organizados, y absolutamente convencidos soldados de largas barbas y uniforme verde olivo. La situación revolucionaria en Cuba iba a estallar, con o sin Castro, debido a una crisis que se arrastraba desde principios del 1900.
En el resto de nuestro continente, los ejércitos se caracterizaban por una mayor disciplina y respeto a las jerarquías, no en términos de lealtad, sino de organización y cumplimiento de órdenes. Esto hacía muy difícil generar rupturas entre la oficialidad y la suboficialidad militar, que permitiera atraer a un número importante de militares al proceso revolucionario que se pretendía desarrollar. Por eso Guevara fracasa en Bolivia. El escenario era muy distinto al vivido en Cuba.
La tesis del foco olvidó considerar el escenario en el que ese grupo de hombres podría desarrollar o iniciar el proceso revolucionario. Olvidó que las condiciones para el surgimiento de una revolución son tan ambiguas como las condiciones que originan un atochamiento vehicular. Olvidó algo tan importante como considerar que no basta la convicción de los propios revolucionarios, sino también las condiciones que permiten que las masas se incorporen a esa convicción y la apoyen.
Por otro lado, lo que ocurre hoy en Chiapas, podría ser considerado una especie de resurgimiento de la tesis del foco, pues el ejército de Liberación Nacional Zapatista, controla la mayor parte de dicho estado, y negocia con el gobierno mexicano. Pero este foco, de serlo, sin duda tiene una connotación distinta y más efectiva. Es quizás ahí, en ese horizonte, donde se debe mirar hoy día, porque para muchos sólo falta que se tome conciencia de las condiciones...el resto, será Historia.

miércoles, marzo 01, 2006

Desigualdad sedimentada por la educación

Una población bien educada es un factor esencial para lograr el desarrollo, sin embargo, es claro también que la educación, sólo en términos de cobertura, no basta para disminuir las desigualdades que entorpecen ese tránsito.
En el caso de Chile, tener el lugar 25 de la mayor competitividad contrasta con nuestros índices de repartición de la riqueza, que nos sitúan entre los diez países con peor distribución del ingreso en el planeta, y donde el 10% más rico se queda con 35 veces más dinero que el que capta el 10% más pobre.
Esa dicotomía entre distribución y competitividad se vuelve aún más paradójica si consideramos que la cobertura de nuestro sistema educacional, entre los 5 y 14 años, se encuentra cercana a los parámetros establecidos por la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo (OECD, en sus siglas en inglés), con el 92% de los niños dentro del sistema educativo. Sin embargo, vemos que la cobertura no ha bastado, y que la desigualdad social continúa y aumenta.
Si consideramos que según Harald Beyer, investigador del Centro de Estudios Públicos, en Educación y Desigualdad de Ingresos: Una Nueva Mirada, plantea que “el impacto de la educación apenas se nota para aquellos que tienen 12 o menos años de educación. La curva de ingresos para este grupo es prácticamente plana”, podemos decir que la educación, sobre todo básica y media, a pesar de su nivel de cobertura, no está garantizando el desarrollo profesional y laboral equitativo de los individuos, sino que está perpetuando las estructuras de desigualdad. La afirmación no es gratuita si consideramos que “la fuente directa de la desigualdad de los hogares son los ingresos del trabajo”, según Beyer.
Ahí está la paradoja, porque si en teoría y supuestamente, un alto porcentaje está recibiendo la misma preparación e instrucción en las primeras etapas del sistema educativo, muchos deberían tener las mismas posibilidades de acceder a la educación superior y posteriormente a elegir trabajos bien remunerados, más allá de su nivel socioeconómico de procedencia y del capital social con que cuenten en principio.
Pero al parecer, y siguiendo a Pierre Bourdieu, el sistema educacional chileno, segmentado y estratificado, estaría sedimentando las desigualdades sociales al reforzar el habitus social de cada individuo según su capital social o en otras palabras, según su estrato o clase. Es decir, cada individuo estaría siendo educado en base a su origen social, al habitus de su clase, y no a su capacidad de aprender.
Por esto, es difícil que alguien consignado en el estrato abc1 estudie en un colegio técnico industrial y es muy probable que lo haga en uno científico humanista. Lamentablemente, la diferencia entre estudiar ambos tipos de establecimientos educacionales es abismante en cuanto a las expectativas laborales y proyecciones educacionales que de esto se generan. Peor si agregamos las diferencias entre colegios particulares y municipalizados, si consideramos que, por ejemplo, entre los 200 colegios mejor rankeados del país, sólo 5 son municipalizados.
De este modo, y tal como diría Bourdieu, el colegio no es el lugar en el que se generan las desigualdades sociales sino donde se naturalizan esas desigualdades. Por lo tanto, el planteamiento que consideraba a la educación como la base del desarrollo –en términos de equidad- tiende a perder sentido. Más aún, si consideramos que la brecha social sigue aumentando en torno a nuevas fuentes de desigualdad como son el acceso a la tecnología y a los medios de información, muy relacionadas con la educación, el problema se complica.
Tal como se plantea en Educación y Desigualdad de Ingresos: Una Nueva Mirada, “la marcada diferencia de ingresos de las personas según su nivel de educación, especialmente entre aquellos que tienen educación superior y los que no la tienen se traduce en una segmentación económica que claramente está definida por la educación”.
Estas diferencias se ven acrecentadas debido a que, como explica Beyer, “la estructura productiva del país determina la demanda relativa de trabajadores calificados y no calificados”, y por lo mismo, se está produciendo un número no despreciable de profesionales cesantes o trabajando por sueldos muy bajos, en labores para las cuales, no necesariamente están calificados o muchas veces, sobrecalificados. Es decir, actualmente, ni siquiera la educación superior estaría garantizando un futuro laboral seguro y bien remunerado, por muchos postgrados y estudios que se tengan.
En este sentido, debemos tener claro que la educación superior en Chile se compone de tres niveles: las universidades, los institutos profesionales y los centros de formación técnica. Los dos últimos, no tienen un sistema de acreditación ni de regulación y tampoco tienen vías de conexión con el primero. Ahí, claramente se produce un foco de diferencia que perpetua las desigualdades en el plano laboral. Las carreras técnico profesionales tienden a ser vistas, erróneamente, como carreras de segundo orden, como opción para los que no pudieron ingresar a la universidad tradicional.
Por lo mismo, el funcionamiento del mercado tiende a favorecer a estudiantes y profesionales que ya poseen capital económico y social previo, pues las instituciones educativas están estructuradas para favorecer a aquellos que ya lo poseen.
A lo anterior, se suma un fenómeno que viene ocurriendo en los últimos años, y es que la universidad, tanto privada como pública, se ha convertido en un lugar donde se aprenden determinadas técnicas, específicas y muy acotadas, que inhiben el desarrollo integral de los profesionales, y por ende su capacidad innovadora. El profesional, queda determinado a ciertas tareas específicas, en las cuales sólo puede desempeñarse si cuenta con el capital social previo. Es muy difícil que alguien sin capital social amplio, pueda acceder a puestos laborales bien renumerados, sobre todo si consideramos que aquel con mayor capital social –entiéndase desde el apellido hasta “pitutos”-, aún siendo el peor alumno, tiene garantizado entre 30 a 40% más de sueldo que el mejor alumno que viene de un sector medio-bajo.
Es decir, la cobertura educacional no bastará para disminuir con la desigualdad, mientras las diferencias en el capital social primen sobre el mérito, el buen desempeño, y la educación siga siendo segmentada desde sus primeras etapas. Sobre todo si consideramos que esas diferencias estarían siendo fomentadas desde la primera infancia, pues la cobertura en educación preescolar llega a menos de la mitad en nuestro país, y por lo tanto, tendríamos un importante número de ciudadanos que estarán en desventaja desde el inicio de sus vidas, mucho antes de pensar en trabajar.